jueves, 9 de agosto de 2012

Voces


Un susurro tronaba en mis oídos, inaguantable, me estaba volviendo loco. Subía el tono, lo bajaba, repetía sin cesar, una y otra vez... ¡Qué alguien lo pare! No dejaba de sonar, día tras día lo mismo, noches sin poder dormir, ¡callad esa voz! ¡Calladla!
No sabía de dónde provenía, simplemente la escuchaba repitiendo las mismas palabras constantemente. No hacía caso a la voz, no, no debía ¿y si así cesaba? No, no...
Me miré en el espejo: ojeras, ojos rojos y llorosos, el pelo revuelto, la piel blanquecina, los labios agrietados, la ropa sucia y sudada, los huesos, las costillas, se me notaban... Era un cadáver, la viva imagen de un muerto. No, no... Solo era un demente más en este insano mundo...
Llamé a la vecina de arriba, una joven hermosa que estudiaba recientemente en la universidad. Bajó con un precioso vestido blanco y su larga y lujuriosa melena negra recogida en un moño.
La hice pasar hasta el salón. La pedí que cerrase los ojos y juntase las muñecas y los tobillos. Agarré una soga y la até. Ella lo veía como un simple juego; pero era más que eso... La voz no cesaba, y cada vez hablaba con mayor intensidad:
 “¡Qué la matanza comience!”
La dejé inconsciente de un golpe seco en la cabeza y la tumbé en el sofá. Cogí una pistola: tres tiros en el corazón. Su vestido se tiñó escarlata y el color rosado de sus mejillas se fue apagando...
Las voces se esfumaron por ahora con una risa maléfica. Al fin podría dormir tranquilo, pero tenía que volver a huir de la ciudad. Nuevo nombre, nuevo hogar, nuevas voces, nueva victima...
¿Cuántas vidas he de segar para que mi tormento cese?

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