viernes, 18 de marzo de 2011

Sombrío Destino

Desperté en medio de una oscuridad envolvente, no podía ver nada, no sabía dónde me encontraba. Estaba perdida en medio de un lugar en la nada.
La angustia de esta oscuridad, el no poder ver dónde pisaba, a dónde me dirigía, era realmente horroroso; la histeria estaba al borde de dominarme por completo. Las lágrimas afloraban en mis ojos, estaban impacientes por recorrer mis mejillas.
No podía caminar más, me vencieron las rodillas y me desplome en el suelo. Lloré, había perdido el control sobre mí misma, las lágrimas salían a borbotones de mis ojos. Notaba como resbalaban por mi rostro, pero no me escuchaba sollozar.
Al poco se enjugó mi llanto, el pánico invadió mi ser, mis oídos no captaban sonido alguno.
Por fin me di por vencida, ya no podía más, en mi pensamiento ya se había asimilado la idea de dónde me encontraba: en medio del abismo, un vacío abrumador.
Un destello de luz, un fulgor cegador rompió la oscuridad. Este esplendor que aparecía desde el mismísimo cielo, caía directamente sobre una rosa de pétalos azules; una melodía de violines empezó a escucharse, un sonido prácticamente inaudible que fue subiendo su volumen, su intensidad; esa canción suave, relajante, fue volviéndose inquietante, violenta, llena de ira…
Mientras el centelleo iba invadiendo el ambiente y la música envolvía todo entre sus notas, la rosa creció y sus pétalos se volvieron púrpuras y enormes. Era la flor más bella y hermosa que cualquier ojo humano hubiera contemplado jamás. Sus pétalos resplandecían por las gotas de rocío que reflejaban la luz.
Estaba atónita observando tal belleza, era digna del mismo Dios. Pasaron segundos, minutos, horas, no podría decir cuánto tiempo estuve observando tal preciosidad, no podía apartar la vista de sus pétalos.
Una voz angelical se escuchó por encima de la melodía en un idioma que no pude distinguir, y los pétalos de la rosa comenzaron a caerse, marchitarse, se volvió negra…
Al mismo tiempo, mis párpados se vencían y mis ojos se cerraban, mi respiración era agitada, pero ya todo daba igual, había observado una maravilla de la naturaleza pero me apenaba la idea de que se hubiera marchitado cuando yo no podía hacer nada para evitarlo, no podía hablar, moverme y la luz dañaba mis ojos.
La oscuridad volvió a reinar, pues mis ojos se cerraron por completo, y perecí en un lecho de pétalos negros.