Llovía, el cielo estaba realmente negro, las nubes cubrían todo con su
manto gris, el día no podía ser más oscuro y frío.
Me encontraba sentada sintiendo resbalar las gotas por mi pelo mientras
observaba el río correr, no podía dejar de llorar, no había nada en mi cabeza
que pudiera consolarme, me sentía sola, como si nada hubiera ya en este mundo, como
si nadie necesitase de mi, a nadie le importase…
Oía el ruido de los pasos de la gente tras de mi, coches, ese bullicio
constante de la ciudad, pero todo estaba muerto para mi. Nada era valioso ni
importaba, sólo lágrimas en la lluvia, algo tan efímero y tan carente de
sentido, sólo dolor, pena, maldecía mi suerte y mientras la lluvia helaba mis
huesos.
La tristeza hacía palpitar mi pecho con un fuerte dolor punzante, me
costaba respirar, no podía con la idea de que todo se acabase, sentí el pánico
nublando mi mente…
Saqué el móvil del bolsillo para llamarle, pero los nervios me jugaron
una mala pasada y resbaló de entre mis dedos. Dejé la mochila a un lado y bajé
entre las rocas a por él.
Las gafas se habían empañado a causa de mi respiración agitada, y la
lluvia no me dejaba ver, pisé en un mal sitio y resbalé. Me dolía horrores la
pierna, vi el móvil caído bajo los maderos, lo alcancé y volví a subir.
Esta vez me senté en las escaleras y dejé pasar el tiempo… Al poco vi
pasar por un puente cercano a unas figuras familiares y acto seguido un chico
bajó a rescatarme, me abrazó y consoló, me enseñó esa luz que tanto ansiaba,
aunque no sabía que mis demonios volverían, estaba mejor, por ahora…