lunes, 22 de agosto de 2011

Venganza

Oía el resonar de sus tacones en la sala, se acercaba con rapidez; intentaba parecer sereno, aunque mi sonrisa me delataba, apareció por el arco de la puerta, nuestras miradas se cruzaron y sus mejillas se volvieron color manzana; se acercó y le di un beso en la frente, titubeaba en todos mis actos, pero ella no sabía interpretar mi nerviosismo y eso era un punto a mi favor.
Empezó a sonar un vals, la cogí por la cintura con un brazo y entrelacé nuestras manos, nos movíamos al compás de la música; ella estaba nerviosa, atenta a nuestros pies, que seguían involuntariamente el sonido que nos envolvía; yo ,al contrario que ella, no le quitaba la vista de encima...
Una vez acabó la pieza musical, le hice girar sobre sí misma y la vendé los ojos, cogí su mano y la guié por las escaleras de caracol hasta una habitación, la tumbé en la cama, la até las manos y los pies a las rejas de la misma, la amordacé y retiré la venda de sus ojos, que tenían una gota de sorpresa e intranquilidad.
Me quité la americana y remangué la camisa, me puse a su lado en la cama y susurré “Te quiero”, desgarré su vestido de un fuerte tirón, me levanté y cogí un cuchillo de la mesa.
Pasé la lengua por el filo y ella se removió, pero no podía soltarse; ahora, era mía, solo mía y podía hacerle pagar por todo el daño que me había hecho.
Una sonrisa se esbozó en mis labios, y el temor apareció en sus ojos, pude saborear ese momento, su debilidad, su miedo, ¡oh qué dulce me pareció!, verla sufrir de esa manera, débil, suplicante, me llenaba de satisfacción...
Acerqué el cuchillo a su estómago, su respiración se aceleró; de un movimiento lento la hice un corte, gritó, la sangre se reflejaba en mis oscuros ojos, me relamí, la sonrisa no se borraba de mis labios; repetí el acto, pequeños cortes, insignificantes, pero dolorosos. Las lagrimas afloraron en sus ojos, al fin pagó por todo lo que me había hecho sufrir.
Y yo, sonriendo, lleno de placer, victorioso, satisfecho de mi venganza, ¡oh dulce venganza! Deshice los nudos que la sujetaban y le quité la mordaza, le di un beso en la frente, cogí un poco de su sangre y escribí en la pared “Yo la amaba”, en aquel momento sentí un dolor punzante en el pecho, miembros, los sentía inmóviles, miré hacia abajo y la vi a ella, con su mano ensangrentada atravesándome el pecho, justo por donde el corazón, sus labios esbozaban una mueca de odio y rencor, tiró, llevándose mi corazón con ella y susurró “Ya no lo necesitarás más”, apretó el puño y rompió mi corazón en pedazos. Me desplomé al suelo.
Ella encontró el descanso eterno, yo, al contrario fui condenado a una existencia sin el éxtasis del amor, fui errante, sin sentimientos, esperando a un sino que no llegaría; quería reunirme con ella, pero ya no tenía alma, no era más que un ente sin emociones...

Sueños: Cuarta Parte

“Aidna… Aidna… Lleva el medallón contigo y te protegerá de todo mal… No te preocupes por Ikaros, Lorac le protegerá… Le ha ayudado siempre…”
Me despertaron los primeros rayos de sol. Uno de los caballos estaba muerto, destripado y pálido, el olor era insufrible, ¿cómo no pudimos enterarnos?
- ¡Ikaros! Despierta… ¿Dónde se ha metido?
Salí de la cueva rodeando el caballo sin vida, miré a los alrededores y no estaba, por el camino no había subido nadie. Volví a entrar en la cueva, ¿y si había ido más profundo? Cogí una rama, la prendí y empecé a andar por la rocosa cueva.
El aire era cada vez más húmedo y hacía más calor a cada paso que daba. Un ratón jugueteó entre mis pies descalzos. Había un resplandor al fondo, así que apagué el fuego y seguí caminando con cautela. Un pequeño dragón dorado era quien emitía el brillo que iluminaba la cueva.
- No te acerques Aidna.
Estaba Ikaros tirado en el suelo, luchando por levantarse, pero no podía. ¿Qué hacía aquí?
- Lo siento, él me llamó, me dijo que viniera aquí, y así me trata…
Me acerqué a Ikaros sin hacer caso a su petición, le ayudé a levantarse y le alejé un poco. El dragón me miraba con interés. Dejé a Ikaros apoyado en la pared y me acerqué donde antes estaba él.
- Hola, me llamo Aidna…
- Sé quién eres y por qué estás aquí, pero así como vas, no lograrás nada, Ella es demasiado poderosa, no puedes hacer nada contra ella, ya caíste en su trampa, ya probó tu poder, te vigilamos Aidna, Shade te manda mensajes en sueños, y yo ahora estoy vinculado a ti, llevas el colgante que me quitó Mirsana, como la conocéis los humanos, en él –señaló a Ikaros- reside un gran poder, el destino quiso que os encontrarais, no lo estropeéis. Si en algún momento necesitáis de mi o de Shade, toca el colgante y nómbranos, estaremos ahí para lo que necesites. Ahora, ve en busca de Kalansarsa, te ayudará.
- No sé tú nombre…
- Karku
El dragón dorado desapareció, dejando iluminada la cueva, Ikaros se levantó y me abrazó.
- Lo siento, él me dijo que corrías un gran peligro, que te protegiera. Él fue el dragón que me dejó inconsciente donde me encontraste y ahuyentó a mis compañeros, yo… tenía miedo de que te hiciera algo…
- Tranquilo, ahora tenemos problemas, uno de los caballos ha sido destripado.
- Lo sé… vi a un ser pequeño, como un bufón acercarse al caballo destriparlo, mirarme con esos fijos ojos blancos y desvanecerse…
Volvimos sin proferir palabra al principio de la cueva, donde nos esperaba el otro caballo, desayunamos y nos pusimos en camino hacia Catira.

martes, 9 de agosto de 2011

Sueños: tercera parte

“Aidna… Aidna… Estás en peligro... Salid de ahí… Ella está buscándola…”
Después de varios días esperando a que mejorara el tobillo de Ikaros y pensando cómo entrar en el castillo atravesando la ciudad que había construido los Orel-labacs donde no dejaban que entrasen mujeres, lo vimos complicado.
- Parece que mi tobillo ya está bien, podemos intentarlo… ¿Aidna? ¿Me escuchas?
- ¿Eh? Sí, vale, vamos.
Finalmente habíamos decidido entrar por la parte de atrás de la ciudad, la que más pegada está del castillo, aunque esa entrada daba a la plaza mayor de la ciudadela. Nos encaminamos hacia allí sigilosamente. En medio de la plaza mayor había un dragón plateado subido a un edificio, era enorme, intentaba escapar, pero los Orel-labacs no le dejaban, le tenían lanzados ganchos con cuerdas gruesas que no podía romper. Concentré mi respiración en las manos, fuego, lo lancé hacia las cuerdas, estas se soltaron y el dragón escapó.
Ikaros y yo salimos corriendo de allí en dirección al castillo, parece que nadie nos vio. Estábamos frente a la imponente puerta de la fortaleza, que aún permanecía abierta a audiencias importantes. La atravesamos sin demora, subimos por una escalera de caracol, recorrimos cada centímetro de la estancia, no encontramos nada. Volvimos hasta el principio de la escalera, vimos un pequeño destello dorado.
- Mira, es un colgante de oro.
Ikaros cogió la pieza dorada entre sus manos y una mujer enmascarada vestida de dorado y morado apareció ante nosotros.
- Es… Mirsana…- Ikaros dejó caer el colgante.
Concentré la respiración en mis manos. Lancé una bola de fuego a la bruja, la llama se evaporó antes de poder tocarla. Agarré a Ikaros y salimos corriendo de allí. Una vez fuera del castillo atravesamos a toda prisa la ciudadela entre miradas, gritos, empujones y pisotones.
Volvimos hasta la cueva asegurándonos de no ser seguidos por nadie.
- ¡No la hice nada! ¡No le afecta el fuego! ¿Y ahora qué hacemos?
- Tranquila…
- Hay que volver a por el medallón.
- ¿Qué? ¿Estás loca?
- ¡Si apareció es porque era importante! Tenemos que conseguirlo, ¡Vamos!
Misma artimaña, entrar por detrás, pasar por la plaza, entrar al castillo, la puerta de este se estaba cerrando, asique corrimos dentro. Subimos por las escaleras de caracol y ahí estaba el colgante, tirado en el suelo, donde se le había caído a Ikaros. Lo agarré y aguardé a ver si aparecía de nuevo. Ikaros desenfundó su espada y se puso en guardia. Esperamos cinco, diez, quince minutos, y nada, Mirsana no aparecía.
Decidimos irnos, bajar y volver a Catira. La puerta seguía medio abierta, que extraño, antes se estaba cerrando… Salimos y había un hombre algo mayor delante de nosotros.
- Ikaros, tráeme a la chica y dame el medallón.
Ikaros me miró suplicante, me agarró del brazo y dio un paso delante.
- No. Ella se viene conmigo y tú no vas a interponerte en mi camino.
Los ojos de Ikaros se pusieron en blanco y el hombre se desmayó. Atónita intenté librarme de la mano que me aferraba.
- ¿Qué le has hecho?
- Nada… Solo añadí un recuerdo en su mente y el shock le hizo desmayarse... Vamos antes de que venga alguien más.
Tiró de mí hasta llegar a la cueva donde teníamos los caballos y las provisiones. Era ya casi de noche, a la mañana siguiente partiríamos hacia Catira.

lunes, 8 de agosto de 2011

Sueños: Segunda Parte

“Aidna… Aidna… Es hora de darte el regalo que te mereces, te cedo mi llama ardiente, gracias a tu poder podrás controlarlo, pero cuidado, Ella lo quiere, quiere tu sangre, tu Don… Cuidado Aidna, cuidado… Te enseñaré cómo utilizarlo, pero ten cuidado…”


- ¡Aidna! ¿Estás bien? Has empezado a temblar y a sudar, ¿te encuentras bien?


- Sí… es que no paro de soñar con un Dragón Rojo, dijo… ¡Ven conmigo!


- ¿Qué dijo?


Le agarré de la muñeca y tiré de él para salir de la tienda. Aún era temprano, las gentes de Catira dormían tranquilos. Le llevé lejos, muy lejos, al centro de Las Llanuras de Ermétipes. Una vez allí, le solté. Concentré mi respiración hacia mis manos y en ellas surgió un fuego brillante.


- El sueño era real…-cerré las manos y el fuego se extinguió- ¡Tienes que ayudarme! –él seguía anonadado- Tenemos que salvar a los dragones.


- Salvar a los… Espera, ¿cómo has hecho eso?


- No lo sé, el Dragón Rojo me dijo que me daba su llama y me enseñó a controlarla.


- Te puedo llevar hasta el castillo de Mirsana, pero necesitaremos provisiones, no está cerca.


Volvimos a Catira, preparamos lo suficiente para el viaje y me dirigí a hablar con el Mayor. Le conté mis sueños, el encuentro de Ikaros y el fuego. Me cedió viajar al lado de un extranjero y nos prestó los caballos más rápidos que hay en Catira. Después de comer, nos pusimos en camino.


El viaje duró semanas, no podría relatar cuantas, pues perdí la noción del tiempo. Las provisiones escaseaban, y más de un día tuvimos que parar a cazar algún animal o recolectar frutas.


Cruzamos Las Llanuras de Ermétipes y Las Montañas Sadargas, y al fin llegamos a la orilla de El Río Sadicar.


- El castillo de La Bruja Mirsana se encuentra al otro lado del río, una vez crucemos, tenemos que bajar por aquel desfiladero y ya lo divisaremos.


Cruzar el río fue sencillo, había un bote algo roto con el que pasar, atamos un caballo en un árbol, y pasamos con el otro hasta la orilla, luego volví a por el caballo y bajamos el desfiladero con cuidado, el camino estaba en mal estado, las piedras se desprendía a cada paso y había muchas posibilidades de caerse.


Una vez abajo sin casi ningún percance, solo Ikaros se torció un tobillo y tuve que llevar a los caballos con sumo cuidado mientras él reposaba en uno de ellos, decidimos acampar en una rocosa cueva deshabitada hasta que Ikaros se recuperase.