lunes, 8 de agosto de 2011

Sueños: Segunda Parte

“Aidna… Aidna… Es hora de darte el regalo que te mereces, te cedo mi llama ardiente, gracias a tu poder podrás controlarlo, pero cuidado, Ella lo quiere, quiere tu sangre, tu Don… Cuidado Aidna, cuidado… Te enseñaré cómo utilizarlo, pero ten cuidado…”


- ¡Aidna! ¿Estás bien? Has empezado a temblar y a sudar, ¿te encuentras bien?


- Sí… es que no paro de soñar con un Dragón Rojo, dijo… ¡Ven conmigo!


- ¿Qué dijo?


Le agarré de la muñeca y tiré de él para salir de la tienda. Aún era temprano, las gentes de Catira dormían tranquilos. Le llevé lejos, muy lejos, al centro de Las Llanuras de Ermétipes. Una vez allí, le solté. Concentré mi respiración hacia mis manos y en ellas surgió un fuego brillante.


- El sueño era real…-cerré las manos y el fuego se extinguió- ¡Tienes que ayudarme! –él seguía anonadado- Tenemos que salvar a los dragones.


- Salvar a los… Espera, ¿cómo has hecho eso?


- No lo sé, el Dragón Rojo me dijo que me daba su llama y me enseñó a controlarla.


- Te puedo llevar hasta el castillo de Mirsana, pero necesitaremos provisiones, no está cerca.


Volvimos a Catira, preparamos lo suficiente para el viaje y me dirigí a hablar con el Mayor. Le conté mis sueños, el encuentro de Ikaros y el fuego. Me cedió viajar al lado de un extranjero y nos prestó los caballos más rápidos que hay en Catira. Después de comer, nos pusimos en camino.


El viaje duró semanas, no podría relatar cuantas, pues perdí la noción del tiempo. Las provisiones escaseaban, y más de un día tuvimos que parar a cazar algún animal o recolectar frutas.


Cruzamos Las Llanuras de Ermétipes y Las Montañas Sadargas, y al fin llegamos a la orilla de El Río Sadicar.


- El castillo de La Bruja Mirsana se encuentra al otro lado del río, una vez crucemos, tenemos que bajar por aquel desfiladero y ya lo divisaremos.


Cruzar el río fue sencillo, había un bote algo roto con el que pasar, atamos un caballo en un árbol, y pasamos con el otro hasta la orilla, luego volví a por el caballo y bajamos el desfiladero con cuidado, el camino estaba en mal estado, las piedras se desprendía a cada paso y había muchas posibilidades de caerse.


Una vez abajo sin casi ningún percance, solo Ikaros se torció un tobillo y tuve que llevar a los caballos con sumo cuidado mientras él reposaba en uno de ellos, decidimos acampar en una rocosa cueva deshabitada hasta que Ikaros se recuperase.

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