martes, 9 de agosto de 2011

Sueños: tercera parte

“Aidna… Aidna… Estás en peligro... Salid de ahí… Ella está buscándola…”
Después de varios días esperando a que mejorara el tobillo de Ikaros y pensando cómo entrar en el castillo atravesando la ciudad que había construido los Orel-labacs donde no dejaban que entrasen mujeres, lo vimos complicado.
- Parece que mi tobillo ya está bien, podemos intentarlo… ¿Aidna? ¿Me escuchas?
- ¿Eh? Sí, vale, vamos.
Finalmente habíamos decidido entrar por la parte de atrás de la ciudad, la que más pegada está del castillo, aunque esa entrada daba a la plaza mayor de la ciudadela. Nos encaminamos hacia allí sigilosamente. En medio de la plaza mayor había un dragón plateado subido a un edificio, era enorme, intentaba escapar, pero los Orel-labacs no le dejaban, le tenían lanzados ganchos con cuerdas gruesas que no podía romper. Concentré mi respiración en las manos, fuego, lo lancé hacia las cuerdas, estas se soltaron y el dragón escapó.
Ikaros y yo salimos corriendo de allí en dirección al castillo, parece que nadie nos vio. Estábamos frente a la imponente puerta de la fortaleza, que aún permanecía abierta a audiencias importantes. La atravesamos sin demora, subimos por una escalera de caracol, recorrimos cada centímetro de la estancia, no encontramos nada. Volvimos hasta el principio de la escalera, vimos un pequeño destello dorado.
- Mira, es un colgante de oro.
Ikaros cogió la pieza dorada entre sus manos y una mujer enmascarada vestida de dorado y morado apareció ante nosotros.
- Es… Mirsana…- Ikaros dejó caer el colgante.
Concentré la respiración en mis manos. Lancé una bola de fuego a la bruja, la llama se evaporó antes de poder tocarla. Agarré a Ikaros y salimos corriendo de allí. Una vez fuera del castillo atravesamos a toda prisa la ciudadela entre miradas, gritos, empujones y pisotones.
Volvimos hasta la cueva asegurándonos de no ser seguidos por nadie.
- ¡No la hice nada! ¡No le afecta el fuego! ¿Y ahora qué hacemos?
- Tranquila…
- Hay que volver a por el medallón.
- ¿Qué? ¿Estás loca?
- ¡Si apareció es porque era importante! Tenemos que conseguirlo, ¡Vamos!
Misma artimaña, entrar por detrás, pasar por la plaza, entrar al castillo, la puerta de este se estaba cerrando, asique corrimos dentro. Subimos por las escaleras de caracol y ahí estaba el colgante, tirado en el suelo, donde se le había caído a Ikaros. Lo agarré y aguardé a ver si aparecía de nuevo. Ikaros desenfundó su espada y se puso en guardia. Esperamos cinco, diez, quince minutos, y nada, Mirsana no aparecía.
Decidimos irnos, bajar y volver a Catira. La puerta seguía medio abierta, que extraño, antes se estaba cerrando… Salimos y había un hombre algo mayor delante de nosotros.
- Ikaros, tráeme a la chica y dame el medallón.
Ikaros me miró suplicante, me agarró del brazo y dio un paso delante.
- No. Ella se viene conmigo y tú no vas a interponerte en mi camino.
Los ojos de Ikaros se pusieron en blanco y el hombre se desmayó. Atónita intenté librarme de la mano que me aferraba.
- ¿Qué le has hecho?
- Nada… Solo añadí un recuerdo en su mente y el shock le hizo desmayarse... Vamos antes de que venga alguien más.
Tiró de mí hasta llegar a la cueva donde teníamos los caballos y las provisiones. Era ya casi de noche, a la mañana siguiente partiríamos hacia Catira.

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