sábado, 1 de septiembre de 2012

Mariposa


Una dulce y pequeña niña de piel pálida como el mármol, ojos dorado como la miel, cabello largo, castaño ondulado, lleno de tirabuzones, y un precioso vestido lila jugaba sola, alegre con su muñeca de trapo; una mariposa se posó en una flor, la criatura fascinada por la belleza del insecto, se acercó, este salió volando, y la niña lo siguió, riendo, atraída irresistiblemente por su encanto. El sol rozaba las mejillas sonrojadas de la niña, y hacía brillar con resplandor la mariposa.
Sin darse cuenta, la niña se adentró dentro de un bosque, un bosque que los habitantes de los alrededores temían, todo aquel que entraba, se volvía loco, consumido por su propia amargura. O eso decían las leyendas, nadie se sentía con valor suficiente como para caminar entre sus árboles carcomidos y plantas marchitas.
La pequeña siguió corriendo tras la mariposa hasta el mismísimo corazón del bosque, sin darse cuenta siquiera que las horas pasaron. Llegó a un recogido claro, donde tropezó con una rama y su vestido se embarró, entonces la mariposa se posó en una rosa negra y su belleza desapareció, volviéndose oscura y triste.
La niña se levantó desorientada, se dio cuenta que no sabía dónde estaba, ¿cuán lejos se habría ido? Miró atrás asustada, el bosque parecía mucho más espeso que cuando se adentró en él, la oscuridad que la rodeaba la atemorizaba. Le fallaron las rodillas y calló desplomada entre lágrimas al suelo, se acurrucó en su sucio vestido.
La rosa empezó a brillar, y cientos de espinas empezaron a rodear a la indefensa niña, alimentándose de su miedo, de su tristeza, de su soledad. Ella intentó gritar y escapar, pero… Su voz se perdió entre la maleza y las espinas estaban demasiado afiladas. Cada vez la jaula punzante que la rodeaba era más pequeña. Lloró durante interminables horas sola. Hasta darse cuenta que no valía para nada llorar, cogió su muñeca de trapo y siguió jugando durante la eternidad.
Los habitantes del pueblo donde residía la joven la buscaron durante años. No apareció, y ninguno se atrevía a entrar en el bosque marchito. Acabaron olvidándose de ella y de su historia. El viento se llevó su recuerdo junto al llanto de sus seres más queridos. El pueblo prosperó, se hizo más grande, una ciudad amurallada, llena de comercio y turismo.
Pasaron los meses, el frío se apoderó del lugar, la nieve cubrió con su gélido manto la tierra, y un remoto día, un chico, un joven caballero, alegre, jovial, vestido con ropajes oscuros, melena al viento y sonrisa pícara, llegó al lugar, una ciudad donde se hallaba un bosque perdido en la tristeza. Este chico, fue encandilado por la curiosidad, preguntó acerca del bosque, de su historia. Nadie le respondía, habían olvidado porqué nadie se adentraba, todos tenían miedo. Insatisfecho con el resultado insistió durante largas horas, hasta que, una anciana ciega que solía vender libros recubiertos de polvo, le contó lo que él tanto ansiaba. Todo aquel que se adentrara saldría herido, no físicamente, si no emocionalmente, roto, dolido, embaucado por una tristeza de la que no se desharía jamás. El joven extrañado, le preguntó si alguien había conseguido volver bien y ella le contestó que no, todos decía haber visto atrocidades tan grandes que no podrían volver a sonreír, algunos incluso prefirieron morir a seguir recordando tales cosas. El ansia por saber de estos sucesos, le hizo buscar más información. Acabó llegando a sus oídos la historia de una niña desaparecida, gente que afirmaba que había sido raptada, matada o incluso podía haberse adentrado en el bosque y no salir jamás, cosa que nadie soportaría, quedarse allí, con todas las aberraciones que hay… Era imposible.
El joven enfundó su espada, se envolvió en su capa y, haciendo oídos sordos a las advertencias de los ciudadanos, decidió avanzar hasta las profundidades del bosque.
Todo a su alrededor estaba muerto, marchito, oscuro y frío, la nieve no había podido penetrar entre la arboleda tan espesa y todo estaba embarrado. Durante horas estuvo cortando ramas dejando un camino que a su paso volvía a cerrarse, extrañado decidió no volver a mirar atrás. Escuchaba susurros de voces llorando, pidiendo clemencia y suplicando ayuda, veía zonas bañadas por charcos de sangre, y espíritus danzando tristemente entre la maleza. Exhausto y sin que sus pies ya no pudieran dar un paso más, decidió parar, sentarse, beber, comer y recuperar fuerzas, pero entonces sus ojos captaron un resplandor violáceo a lo lejos, con su último aliento siguió caminando. Parecía estar más cerca de lo que realmente estaba, sacó fuerzas de la nada y no paró. En la distancia, le pareció que sus oídos eran inundados por una risa, una risa que se tornaba triste y melancólica. Sonrió con esperanza y el barro se arremolinó a sus pies, impidiéndole avanzar. Con empeño siguió adelante, no iba a dejar que esa niña siguiera aquí sola, quería ayudarla, hacer que volviese, hacerla feliz. Las ramas cobraron vida y cerraron su paso, interrumpiendo su visión y la luz que le guiaba hacia ella. Desenfundó su espada y cortó las ramas, siguió caminando, decidido, con la cabeza alta.
Cuando llegó al claro, se sorprendió al ver que esa zona del bosque no estaba marchita, había sido coloreada de preciosas rosas rojas, la hierba era verde, un verde muy vivo, estaba todo repleto de mariposas pululando de flor en flor. Pero, en el centro del claro, había una cúpula de espinas, de ella emanaba la luz violeta y la risa tan melancólica que inundaban el claro. Intentó acercarse, las mariposas se empezaron a revolver, no querían que llegara hasta ella, no querían que les quitara la fuerte de su mundo. A duras penas llegó hasta la cúpula, donde haciendo palanca con la espada rompió unas cuantas ramas repletas de espinas; volvió a intentarlo, pero esta vez su espada partió. No quería darse por vencido, todo el esfuerzo que había puesto para llegar hasta ahí no iba a ser en vano. Puesto que su espada no iba a poder ayudarle, usó sus propias manos, sus guantes de cuero no resistieron las espinas y empezó a brotar un pequeño reguero escarlata mientras rompía las ramas para llegar hasta la pequeña, allí estaba ella, inconsciente, riendo con la cara repleta de lágrimas.
Observó su infantil belleza, y con cuidado la levantó, la sujetó con fuerza pero con delicadeza, dio media vuelta y se dio cuenta que las flores se habían marchitado y la hierba desaparecido, todo volvía a ser marrón, todo volvía a ser triste. También notó que la dulce niña que sostenía entre sus brazos, ya no era tan pequeña, ni tan niña, era una joven. ¿Cuánto tiempo llevaba la chica encarcelada en el tiempo?
Recorrió el camino de vuelta con ella en brazos, asombrado por su belleza. Una vez en la linde del bosque, el reflejo del sol en la nieve despertó a la joven. Esta asombrada, se revolcó y calló de los brazos del chico. Asustada retrocedió arrastrándose entre la nieve. El chico le dedicó una dulce sonrisa y le tendió la mano. Le explicó lo sucedido y ella decidió contarle su historia.
Volvieron juntos de la mano a la ciudad con una sonrisa dibujada en el rostro. Los habitantes no podía creerse que un chico como aquel, hubiera logrado semejante hazaña, y menos aún que la pequeña niña que desapareció hace tanto tiempo siguiese viva, sí, la misma que todos aquellos había olvidado.
La anciana, al reconocer la alegre voz del joven no daba crédito a lo que oía, decía que sus oídos la engañaban. Aseguraba que él no podía ser humano, que ningún ser humano podía salir intacto de aquel endemoniado lugar, y que ella era la hija del demonio, sobrevivir encerrada allí… Recogió su puesto y se alejó de ellos mientras gritaba improperios
La chica, viendo que ya no le quedaba nada allí, decidió irse a conocer otras tierras, a mantener viva su infantil curiosidad. Él como caballero, decidió acompañarla en su viaje. Juntos recorrieron todos los recónditos lugares de la tierra, visitando zonas encantadas y lugares fantásticos, conociendo gentes amables y llevando su historia por todas las regiones.

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