Una dulce y pequeña niña
de piel pálida como el mármol, ojos dorado como la miel, cabello largo, castaño
ondulado, lleno de tirabuzones, y un precioso vestido lila jugaba sola, alegre
con su muñeca de trapo; una mariposa se posó en una flor, la criatura fascinada
por la belleza del insecto, se acercó, este salió volando, y la niña lo siguió,
riendo, atraída irresistiblemente por su encanto. El sol rozaba las mejillas
sonrojadas de la niña, y hacía brillar con resplandor la mariposa.
Sin darse cuenta, la niña
se adentró dentro de un bosque, un bosque que los habitantes de los alrededores
temían, todo aquel que entraba, se volvía loco, consumido por su propia
amargura. O eso decían las leyendas, nadie se sentía con valor suficiente como
para caminar entre sus árboles carcomidos y plantas marchitas.
La pequeña siguió
corriendo tras la mariposa hasta el mismísimo corazón del bosque, sin darse
cuenta siquiera que las horas pasaron. Llegó a un recogido claro, donde tropezó
con una rama y su vestido se embarró, entonces la mariposa se posó en una rosa
negra y su belleza desapareció, volviéndose oscura y triste.
La niña se levantó
desorientada, se dio cuenta que no sabía dónde estaba, ¿cuán lejos se habría
ido? Miró atrás asustada, el bosque parecía mucho más espeso que cuando se
adentró en él, la oscuridad que la rodeaba la atemorizaba. Le fallaron las
rodillas y calló desplomada entre lágrimas al suelo, se acurrucó en su sucio
vestido.
La rosa empezó a brillar,
y cientos de espinas empezaron a rodear a la indefensa niña, alimentándose de
su miedo, de su tristeza, de su soledad. Ella intentó gritar y escapar, pero…
Su voz se perdió entre la maleza y las espinas estaban demasiado afiladas. Cada
vez la jaula punzante que la rodeaba era más pequeña. Lloró durante
interminables horas sola. Hasta darse cuenta que no valía para nada llorar,
cogió su muñeca de trapo y siguió jugando durante la eternidad.
Los habitantes del pueblo
donde residía la joven la buscaron durante años. No apareció, y ninguno se
atrevía a entrar en el bosque marchito. Acabaron olvidándose de ella y de su
historia. El viento se llevó su recuerdo junto al llanto de sus seres más
queridos. El pueblo prosperó, se hizo más grande, una ciudad amurallada, llena
de comercio y turismo.
Pasaron los meses, el frío
se apoderó del lugar, la nieve cubrió con su gélido manto la tierra, y un
remoto día, un chico, un joven caballero, alegre, jovial, vestido con ropajes
oscuros, melena al viento y sonrisa pícara, llegó al lugar, una ciudad donde se
hallaba un bosque perdido en la tristeza. Este chico, fue encandilado por la
curiosidad, preguntó acerca del bosque, de su historia. Nadie le respondía,
habían olvidado porqué nadie se adentraba, todos tenían miedo. Insatisfecho con
el resultado insistió durante largas horas, hasta que, una anciana ciega que
solía vender libros recubiertos de polvo, le contó lo que él tanto ansiaba. Todo
aquel que se adentrara saldría herido, no físicamente, si no emocionalmente,
roto, dolido, embaucado por una tristeza de la que no se desharía jamás. El
joven extrañado, le preguntó si alguien había conseguido volver bien y ella le
contestó que no, todos decía haber visto atrocidades tan grandes que no podrían
volver a sonreír, algunos incluso prefirieron morir a seguir recordando tales
cosas. El ansia por saber de estos sucesos, le hizo buscar más información.
Acabó llegando a sus oídos la historia de una niña desaparecida, gente que
afirmaba que había sido raptada, matada o incluso podía haberse adentrado en el
bosque y no salir jamás, cosa que nadie soportaría, quedarse allí, con todas
las aberraciones que hay… Era imposible.
El joven enfundó su espada,
se envolvió en su capa y, haciendo oídos sordos a las advertencias de los
ciudadanos, decidió avanzar hasta las profundidades del bosque.
Todo a su alrededor estaba
muerto, marchito, oscuro y frío, la nieve no había podido penetrar entre la
arboleda tan espesa y todo estaba embarrado. Durante horas estuvo cortando
ramas dejando un camino que a su paso volvía a cerrarse, extrañado decidió no
volver a mirar atrás. Escuchaba susurros de voces llorando, pidiendo clemencia
y suplicando ayuda, veía zonas bañadas por charcos de sangre, y espíritus
danzando tristemente entre la maleza. Exhausto y sin que sus pies ya no pudieran
dar un paso más, decidió parar, sentarse, beber, comer y recuperar fuerzas,
pero entonces sus ojos captaron un resplandor violáceo a lo lejos, con su último
aliento siguió caminando. Parecía estar más cerca de lo que realmente estaba, sacó
fuerzas de la nada y no paró. En la distancia, le pareció que sus oídos eran
inundados por una risa, una risa que se tornaba triste y melancólica. Sonrió
con esperanza y el barro se arremolinó a sus pies, impidiéndole avanzar. Con
empeño siguió adelante, no iba a dejar que esa niña siguiera aquí sola, quería
ayudarla, hacer que volviese, hacerla feliz. Las ramas cobraron vida y cerraron
su paso, interrumpiendo su visión y la luz que le guiaba hacia ella. Desenfundó
su espada y cortó las ramas, siguió caminando, decidido, con la cabeza alta.
Cuando llegó al claro, se
sorprendió al ver que esa zona del bosque no estaba marchita, había sido
coloreada de preciosas rosas rojas, la hierba era verde, un verde muy vivo, estaba
todo repleto de mariposas pululando de flor en flor. Pero, en el centro del claro,
había una cúpula de espinas, de ella emanaba la luz violeta y la risa tan
melancólica que inundaban el claro. Intentó acercarse, las mariposas se
empezaron a revolver, no querían que llegara hasta ella, no querían que les
quitara la fuerte de su mundo. A duras penas llegó hasta la cúpula, donde
haciendo palanca con la espada rompió unas cuantas ramas repletas de espinas; volvió
a intentarlo, pero esta vez su espada partió. No quería darse por vencido, todo
el esfuerzo que había puesto para llegar hasta ahí no iba a ser en vano. Puesto
que su espada no iba a poder ayudarle, usó sus propias manos, sus guantes de
cuero no resistieron las espinas y empezó a brotar un pequeño reguero escarlata
mientras rompía las ramas para llegar hasta la pequeña, allí estaba ella, inconsciente,
riendo con la cara repleta de lágrimas.
Observó su infantil
belleza, y con cuidado la levantó, la sujetó con fuerza pero con delicadeza, dio
media vuelta y se dio cuenta que las flores se habían marchitado y la hierba
desaparecido, todo volvía a ser marrón, todo volvía a ser triste. También notó
que la dulce niña que sostenía entre sus brazos, ya no era tan pequeña, ni tan
niña, era una joven. ¿Cuánto tiempo llevaba la chica encarcelada en el tiempo?
Recorrió el camino de
vuelta con ella en brazos, asombrado por su belleza. Una vez en la linde del
bosque, el reflejo del sol en la nieve despertó a la joven. Esta asombrada, se
revolcó y calló de los brazos del chico. Asustada retrocedió arrastrándose
entre la nieve. El chico le dedicó una dulce sonrisa y le tendió la mano. Le
explicó lo sucedido y ella decidió contarle su historia.
Volvieron juntos de la
mano a la ciudad con una sonrisa dibujada en el rostro. Los habitantes no podía
creerse que un chico como aquel, hubiera logrado semejante hazaña, y menos aún
que la pequeña niña que desapareció hace tanto tiempo siguiese viva, sí, la
misma que todos aquellos había olvidado.
La anciana, al reconocer
la alegre voz del joven no daba crédito a lo que oía, decía que sus oídos la
engañaban. Aseguraba que él no podía ser humano, que ningún ser humano podía
salir intacto de aquel endemoniado lugar, y que ella era la hija del demonio,
sobrevivir encerrada allí… Recogió su puesto y se alejó de ellos mientras
gritaba improperios
La chica, viendo que ya no
le quedaba nada allí, decidió irse a conocer otras tierras, a mantener viva su
infantil curiosidad. Él como caballero, decidió acompañarla en su viaje. Juntos
recorrieron todos los recónditos lugares de la tierra, visitando zonas encantadas
y lugares fantásticos, conociendo gentes amables y llevando su historia por
todas las regiones.
Sencillamente increible ;)
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